
Soy epiléptico, consumo a diario 750 miligramos de un medicamento llamado Depakine Chrono, nombre comercial suizo del ácido valproico que disminuye las probabilidades de una repentina convulsión. El religioso cumplimiento del ritual farmacológico me inhibe de consumir alcohol y café en exceso, produce temblores en mis manos y dolores musculares cuando me ejercito demasiado, dígase, caminando. Sin embargo, no extraño las borracheras tanto como jugar un interminable partido de fulbito entre amigos sin resentir el esfuerzo durante los primeros cinco minutos. Tiempo antes de diagnosticada mi epilepsia, habían comenzado a evidenciarse los estragos de la miopía y la sedentaria vida intelectual y terminaba las pichangas hecho una piltrafa. Ahora, gracias al valproato sódico, no consigo siquiera empezar un match.
Quienes fuimos adolescentes a finales de los noventa no vivimos el desencanto futbolero al extremo que sufren los escolares de esta década. Éramos conscientes de la mediocridad de nuestro fútbol, del impresentable nivel del campeonato, de la violencia rampante apoderándose de las plateas, pero todavía, menos ingenuos, más desconfiados, podíamos ilusionarnos con honestidad. Chile nos eliminó de Francia 98 por diferencia de goles, pero semanas antes habíamos tocado el paraíso cuando derrotamos a Uruguay en el vetusto y acogedor Estadio Nacional, convencidos de que bastaba con empatar para clasificarnos. La decepción se pagaba caro, en especial cuando te golean, pero el fútbol da revanchas y, contrario a varios deportes, donde la indumentaria, los implementos y un escenario acorde son indispensables, pelotear solo requiere gente y algún adminículo propicio para patear, una chapa, una bola de papel o esas botellas de refresco en forma de naranja. Impotentes frente al televisor porque Marcelo Salas nos pintara el rostro aquella noche santiaguina, podíamos reescribir la historia la mañana siguiente en el patio principal y eternizar nuestras propias gestas.
Mi despreciable trayectoria futbolística no estuvo exenta de instantes de gloria pasajera, aquella que olvidas la semana siguiente pero recuerdas años después, cuando alguna imagen, olor o sonido la desentierra de la memoria. La mayoría de escenas, rescatadas de manera fulgurante y nebulosa, provienen del momento final de las clases de Educación Física, bautizado por el magisterio como “hora de deporte”, acaso solemnizando el fútbol-chacra. Como Carlos Mantilla, el protagonista de espuma!, solía jugar la mitad del encuentro como delantero, porque el resto de minutos cumplía stricto sensu las funciones de lauchero, fallando el doble de goles que metía, convirtiendo los difíciles y errando en arco desguarnecido. Cosas del julbo: correrse la cancha era asunto digno de fondistas, seleccionados de atletismo o pichangueros dominicales. Al creciente cansancio, consecuencia de pelotear después del salvaje test de Cooper, se sumaban mi comprobada ineficiencia con el balón, mi irremediable torpeza y ciertos atisbos de inconsecuencia (como pretender colgar arqueros) para completar el perfil elemental del churreta, el jugador hasta las caiguas, el nulo, la madre. Cuando niño, esta jerarquía gravita con crueldad sobre el honor masculino: deben escogerte antes que al gordito de lentes, aunque seas penúltimo. Entre mantequilla y lorna existe una distancia léxica casi imperceptible: ambos están descentrados y relegados. No obstante, acabando secundaria, estas clasificaciones importaban un bledo: la cancha servía para desfogar metafóricamente las cuitas adolescentes o resolver rivalidades personales cobrándose revanchas o imponiendo humillaciones efímeras que podían devolverse la semana siguiente con victorias o fouls arteros. La convivencia desde primaria formaba colleras y sus antagonismos jamás declarados instituía fidelidades, la pequeña tribu de seis o cinco, equipos fijos donde el granulento, los nerds, el pechofrío, el amanerado, los feos, el asmático, todos, incluso tú, tenían un lugar, una lucha, un sueño, una función.
Mis compañeros de promoción me conocieron jugando como punta (o fracasando en el intento). Había optado, desde mis primeros pistazos, por lanzarme al ataque cuando descubrí que la defensa era tarea de corpulentos. Esta vocación ofensiva desesperaba a mis amigos del barrio: para la mentalidad infantil, la delantera es terreno de virtuosos. Pronto descubrí cuánto me gustaba rematar a portería aunque fuera a puntazos y cuando importé esa costumbre a los partidos del colegio, los goles perdonaban mis incontables yerros, pifias y pases sin destino. Quizá entonces se originara mi fama burlesca de goleador gitano, aplaudido un jueves, carajeado el viernes. Mi mejor amigo y hermano de siempre, Alfredo Lapa, acuñó la frase que definiría con cierto sarcasmo ese augurio que quedaba balbuciendo en el ambiente después de cada partido: “Gállar, tú les has hecho goles a arqueros importantes”, una mentira cósmica, pero certera dentro de su falsedad, porque no recuerdo guardavallas de la sección del salón a quien jamás batiera, excepto, paradojas literarias, mi compadre Lolo, cancerbero intratable y extravagante, acostumbrado a volar enviando al córner los disparos más inofensivos. Este discutible renombre de artillero histórico provocaba que varias ocasiones, algunos compañeros de clase renunciaran a pelotear y permanecieran en tribunas presenciando el partido para cantar mis goles imposibles o reírse de mis desaciertos apelando a una distorsión del concepto de fútbol-espectáculo. Una mañana de invierno, volvería a imprimirse una cita memorable, un lema chonguero, un slogan vitalista. Apenas exhibía signos de agotamiento cuando el Chévez, reconocido en el lonsa por sus imprevistas jugarretas y malhabidas huachas, hizo sus manos un megáfono y gritó: “¡Carajo, Gállar, exígete!”, como continuaron reclamándome mis amigos inclusive después del colegio cuando alguna pichanga en Pueblo Libre forzaba el reencuentro, ahora barbados, universitarios, licenciados o padres de familia.
La exigencia de exigirme que me exigiera (un verdadero trabalenguas existencial) puede entenderse como broma, una chispa de sarcasmo, pues conocidas de antemano mis despreciables condiciones atléticas, pedirme siquiera un último esfuerzo era apostar al humor negro. Sin embargo, medio en chiste, medio en serio, admitiré que bastante del cariño y respeto ganado entre mis compañeros de promoción lo debo no tanto al servicio como delegado de estudios, porque figurara entre los primeros puestos pese a dedicarme a conversar, dormir o leer en clase, o porque desde temprano exhibiera mi estrafalaria vocación de escritor (motivos que propiciarían el efecto contrario), sino a aquellos goles errados con arte y fantasía sobre una cancha de cemento, pálida y sucia, donde gozáramos de esplendores fugaces, de irrisorias leyendas que contarles a nuestros nietos.
Bonus: El mundial de nuestra adolescencia, Francia 1998. Como los personajes de espuma!, nosotros también pudimos televisar el partido inaugural (Brasil versus Escocia en Saint-Denis), aunque no recuerdo si el colegio entero presionara para conseguir el consentimiento del Padre Director. Los partidos se transmitían mientras estábamos en clase, pero nos ingeniábamos para escuchar el torneo con nuestros walkman y quienes no traían el aparato en cuestión (temiendo que algún profesor lo descubriera y decomisara), se pasaban preguntando al compañero del costado y difundiendo en teléfono malogrado cada tarjeta, lesión o peligro de gol.
45 mangos!!!!??? No he visto el libro en físico, lo tienen en otro Crisol, asumo que no bajará de las 300 pp. Si no, ¿por qué estruendomudo cobraría así?... ¿O ya están valorando la calidad? (!)
En realidad, son 340 y tantas páginas, por tanto, tu cálculo no está nada errado. Sobre el asunto de la calidad, de eso hablarán los especialistas.
El jueves de la semana pasada vi el libro en la casa de Jim, estuvimos los 2 recordando la mayoria de las anecdotas y preguntandonos si estarian algunas otras. Debo decir que lo de la frase de "tu le has hecho goles a arqueros importantes" fue luego de intentar contabilizar cuantos goles habias anotado. Quiza para otra ocasion tengamos la posibilidad de colocar mayores cantidades de anecdotas que hoy resultan sumamente hilarantes (que en ese entonces quiza hubieran sido motivos de denuncias de abuso al menor) como los correctivos de algunos coordinadores / profesores de religion, aduciendo que tamaño abuso "Es por tu bien".
Cuidate mucho y el 20 estamos ahi con todo y como siempre. Un abrazo, y recuerda que Sara, Los Anticorps y yo te queremos mucho.
Alfredo
Habia olvidado mencionar aquella ocasion en la que jugamos un triangular y que en nuestro equipo estaba Chevez, y ante de los 10 minutos ibamos 0-3 abajo, entonces chevez convocó a una reunión en plena cancha para guapear y carajear el desempeño de todos, entonces decidió hacer lo que Meyer llamó "Un cambio clave", Enviarte como unico 9 (ciertamente era la primera vez que jugabamos con el, y no confiaba en tus dotes)
No recuerdo el resultado final, pero recuerdo que inmediatamente metiste un gol de muy buena factura, y luego anotaste otro de manera poco ortodoxa. lo anecdotico es que fue la primera vez que te volviste un canchero y desvergonzado a la hora de jugar (sentaditas, cachitas etc) pequeñas jugarretas que la gente siempre recordaba con mucho cariño ya que sin importar el talento o la capacidad que tenian ellos nunca se animaron a dar dicho espectaculo antes.
Bueno es algo que me acorde anoche y que quise postearlo para conocer tu opinion.
Cuidate mucho, un abrazo
Alfredo
TE QUIERO MUCHO" TIO PARLITOS".
Supongo que ya es algo tarde e impertinente mi intervención a "estas alturas del partido" pero me produce algo de nostalgia esos partidos. Suele no recordar cosas que dije que aparentemente algunos amigos lo recuerdan como algo al menos anecdótico, lo cual por momentos me hace sentir importante.
Siempre voy a recalcar tu entrega en esos últimos partidos que jugamos contra los "carismáticos" ya que a pesar de los pocos goles anotados, te entregaste al máximo y eso se valora. Y si pues, tus goles tenían una sobredimensión a la hora de celebrarlos pero esas son las cosas que me gustan del fútbol. Saludos de Ramón y de mi parte, desde la Baticueva
Supongo que ya es algo tarde e impertinente mi intervención a "estas alturas del partido" pero me produce algo de nostalgia esos partidos. Suele no recordar cosas que dije que aparentemente algunos amigos lo recuerdan como algo al menos anecdótico, lo cual por momentos me hace sentir importante.
Siempre voy a recalcar tu entrega en esos últimos partidos que jugamos contra los "carismáticos" ya que a pesar de los pocos goles anotados, te entregaste al máximo y eso se valora. Y si pues, tus goles tenían una sobredimensión a la hora de celebrarlos pero esas son las cosas que me gustan del fútbol. Saludos de Ramón y de mi parte, desde la Baticueva
Amigo Gallar, recien entro a leer tu blog y bueno como te dije en el mail tu libro me gusto mucho, gracias nuevamente por las menciones. Lo que cuenta Alfredo lo recuerdo muy vagamente, pero me dio risa evocar esa imagen, guapeandolos yo? jajaja gracias tambien por hacerme pasar a la final del concurso de historia jaja esa anecdota es TODO! y Alfredo, siempre confie ciegamente en el Gallar, tiene ese olfato de goleador que lo notaria hasta un cazatalentos del PSV jaja, gracias amigos por compartir esos 11 maravillosos años. Chevez
mano como estas? a la distancia te escribia para saludarte y a la vez para recordar esa noche en el chamochumbi el recordado partido contra los carismaticos, en donde pusimos huevos y demostramos que los anticorps tienen su prestigio y espero volvernos a encontrar para volver a jugar una pichanga, pero esta vez estaras ahi mano al mejor estilo del jugador que ha pasado por infinidad de equipos de futbol, para que mas, el gran "checho" ibarra saludos gallar a la distancia, mano
RECUERDO MUCHO EL DIA EN QUE ESTUVIMOS PARA TU DESPEDIDA Y TODOS BORRACHOS GRITABAMOS DESDE EL CARRO DEL PIMPO
¡EL GALLAR NO SE VA, NO SE VA EL GALLAR NO SE VA!
Y TU VIEJO SE UNIO AL GRITERIO COMO UN CHIQUILLO MÀS, LO MAXIMO
CUIDATE MUCHO GALLAR Y RECORDARTE SIEMPRE QUE EL GALLAR, NO SE FUE.
EL TIO TED