Mi generación clasemediera conoció todavía, a mediados de los noventa, una división masiva entre colegios exclusivos de mujeres y varones. Preservan este modelo conservador la mayoría de grandes unidades escolares y ciertos planteles religiosos que demoran en evolucionar, como hiciera el Claretiano desde 1995, cuando liberalizó su primaria abriéndose a la educación mixta. Nosotros presenciamos esa revolución de lejos, condenados hasta graduarnos a permanecer en el feudo de nuestra brutal legalidad masculina. Respecto del sexo opuesto, la separación conducía por senderos inexorables a una circunstancia gnoseológica, positiva o negativa, según se juzgue, pues entrar en contacto inicial con aquellas muchachas deseables e incomprensibles, cuyos caprichosos tours de force y emociones volubles podían excitarnos o devastarnos, nos obligaba a observarlas con prolijidad y bosquejar una tipología que explicase su errático comportamiento, aunque nuestros esbozos taxonómicos siempre estuviesen, por necesidad, equivocados. Las sabias pero desacertadas palabras de Fermín en torno a “firmes” y “jugadoras” serían una muestra de excelencia teorética mal administrada por una mezcla de inexperiencia e impajaritable hambruna.
Sin embargo, no temería equivocarme al asumir que todo grupo de amigas ostenta un espécimen como Melanie: frívola, inoportuna, torpe y orgullosa de su vasta ignorancia. Buena chica, pero tonta con ganas y casquivana sin remedio. Conocimos muchas, innumerables melanies durante nuestra secundaria (con distintos grados de superficialidad y desatino), y quizá fuimos propensos a enamorarnos de alguna, la carne es débil. No obstante, guardo una simpatía especial por la lealtad llana del personaje, esa clase de amigas que ajena a sus aficiones y peculiaridades intelectivas se demuestra capaz de resguardar una amistad hasta las últimas consecuencias, tolerando, engriendo, apoyando o prestando la recámara de sus padres para acoger los encuentros premaritales de su eterna compinche. La generosidad de Melanie es colosal como ingenua. Un personaje erudito, malpensado y subversivo como Carlota requería, por complementariedad, una confidente en las antípodas para concretar ese incruento polemos burlesco, esa coincidentia oppositorum que constituye la parodia, como ocurre de manera diametral, entre los hombres, con Carlos y Lolo. Cuando bosquejaba, hace mucho tiempo, versiones primigenias de espuma!, consideré la posibilidad de ubicar a Melanie como contraparte y compañera de Carlos, acentuando el contraste radical entre el delegado de estudios intelectualoide y la cándida fashion victim. Hubiera resultado bastante cómico explotar esas disparidades mediante la farsa, pero en términos de complejidad argumental, el emparejamiento con Carlota siempre me pareció más fructífero, incluso a nivel estilístico.
Desde luego, Melanie nació con Carlota, como hermanas gemelas, o diríase como producto de mi mayor vicio narrativo, la geminación, aquellas parejas de personajes unidos por un destino común o circunstancias diametrales. Por tanto, habita el universo espuma! desde su prehistoria, siempre como secuaz incondicional de Carlota, pendiente de chicos, música y ropa. Sin embargo, incluso habiendo contemplado la posibilidad de convertirla en protagonista del relato, jamás llegué a escribir un capítulo o borrador de episodio focalizado en Melanie. Ahora, mientras retrocedo años atrás en intensas temporadas de reescritura, me pregunto cómo hubiera sido relatar desde la mirada de un personaje propenso a soltar la proferir las barbaridades más disparatadas y epifánicas producto de la justicia poética que redime al habla inculta. Como experiencia, me figuro, sería divertidísima, en especial, si escribiera una versión alternativa de la escena primera del Capítulo II, donde quedaba irresuelto un aspecto de la trama secundaria cuando Carlota escapa del billar persiguiendo a Carlos y abandona a su suerte a Melanie delante de siete claretianos ineptos o latosos. Entonces, quisiera imaginarlo, ocurriría algún evento grotesco consecuencia de la desproporción numérica, de la frustrante calentura o porque, según creíamos cual evangelio o verdad científicamente comprobada, las mujeres suelen envanecerse en compañía de muchos hombres. Diésese cualquier escenario, Melanie se habría amañado para divertirse a costa del primer galán incauto o aprovecharía sus habilidades tentaculares para coquetear en simultáneo con su séquito heptagonal. In illo tempore, admitámoslo, algunos chicos justificábamos aquellos rebajamientos como inversión a futuro, en caso la presa picara el anzuelo y después, a recuperar con intereses, toqueteo y lengüetazo.
Para finalizar, otra nota nostálgica. Entre las múltiples reuniones femeninas del grupo de Carlota, mi favorita es aquella que carnavaliza la solemnidad de Semana Santa, Día de las Blasfemas que comen churrasco y bistec o Día de las Agnósticas sin Anfetaminas. La recuerdo porque Melanie, borracha, carea a una recia morena azuzando un conato de encuentro boxístico que termina con lesiones y porque entonces tenía sentido burlarse de quienes todavía se abstenían de comer carne durante Viernes Santo. La observancia rigurosa de la tradición contemplativa, del pescado, del Sermón de las Siete Palabras, de Ben Hur o El manto sagrado, se desvanecería a finales de los noventa, cuando, hago memoria, mi familia comenzó a desentenderse del duelo pascual y reservar una parrilla en algún camping de Chosica o Chaclacayo, con ingentes cantidades de chorizo, salchicha y costillar.
Bonus: Otro video de Youtube. El clásico "Mil horas" de Los Abuelos de la Nada. Melanie tararea algunas canciones suyas durante el quinceañero de Carlota luego de fraguar "una amalgama de roncola y champán que gangrenaría el hígado a cualquier jornalero de Construcción Civil". Espero que, influenciada por el alcohol, también cantara y destrozara este tema, eternizado en la voz de Andrés Calamaro.